TEATRO: LA LENGUA EN PEDAZOS de Juan Mayorga

Dirección - Juan Mayorga
Intérpretes - Clara Sanchis. Pedro Miguel Martínez

Es Juan Mayorga, a mi entender, el dramaturgo vivo más importante hoy de nuestro país.
Me interesa siempre, en primer lugar, por su inteligencia dramática, capaz de utilizar con la misma maestría estructuras tan diversas como el diálogo, el metateatro o la mera narración.
Pero también me sorprende su pluralidad temática. Desde temas de absoluta actualidad como El chico de la última fila, portentosa creación arquitectónica , o Hamelín, sangrante puñetazo, a retablos históricos como Himmelweg o géneros tan en principio alejados del teatro como la fábula en La paz perpetua.
Mayorga es sin duda un hombre de teatro, no un político disfrazado o un entretenedor de moda. Es un constructor de piezas para las tablas.
Generalmente me gusta mucho, otras muchísimo, y sólo alguna vez me ha costado entrar en su universo.
Adelanto que, el caso de La lengua en pedazos, es de los que me hace salir deseando encontrármelo en una esquina para darle las gracias.
Dice el autor en el programa de mano, que el origen de la obra viene de su fascinación por el personaje de Teresa de Jesús y su interés por recuperar la belleza de su lenguaje. Se entiende. Pero opta por una postura de alto riesgo.
No es una biografía al uso, ni una colección de estampas . Decide centrarse en un diálogo dramático que no llega a la hora y media para transmitirnos no sólo el devenir del personaje a través de lo que narra sino también su alma, su hermosa locura, su fe. Un diálogo que nunca tuvo lugar, entre pucheros, entre ella y su inquisidor.
Pues bien , la inteligencia dramática de la que antes hablaba le lleva a sortear todos los peligros:
A pesar de que no es tanto lo que sucede como aquello de lo que se habla, el texto tiene una progresión dramática indudable que no desfallece en ningún momento.
Lo que podía limitarse a ser un discurso conceptual o filosófico, es fluido, cercano, lleno de humor y de sabiduría y consigue no sólo gustar, sino apasionar.
La facilidad que habría estado en hacer un duo maniqueo con los dos personajes, el escritor no se la permite, llevándonos en muchas ocasiones a comprender a ambos haciéndolos igualmente humanos. No hay trampas.
Y tampoco hay atajos; Teresa de Jesús está ahí en la plenitud de su pensamiento, mucho más allá de una mera colección de anécdotas , sin limpiezas que puedan hacer la obra más fácil o accesible a un público más numeroso.
El resultado es el regalo que se pretendía, tenemos un perfil complejo y completo de la Santa, de su tozudez y su locura, de su singularidad y su revolución, en cuerpo y alma. Y tenemos también, recibimos, toda la belleza de su lenguaje que nunca suena arcaico y que, comprensible, nos llena en todo momento.
Ahora vayamos a la puesta en escena.
Es el debut de Mayorga como director.
Elige un escenario desnudo, un vestuario intemporal, unos pequeños movimientos de iluminación y algún efecto de sonido. En la estética estoy cómodo, creo que es muy adecuada para el texto. Con respecto a los efectos luminosos y sonoros no siempre los encajo a la perfección con el desarrollo de la obra pero no me molestan.
Sin embargo, creo que el valor de la dirección está en este caso en el trabajo con sus actores.
Por un lado, la coreografía es perfecta, aunque la configuración del escenario no siempre permita su correcta visión.
Pero lo que verdaderamente es portentoso es la interpretación:
A Pedro Miguel Martínez lo conocía de algún remedo cómico televisivo. Que lejos de este inquisidor. Y que perfecto en su sobriedad , en la limpieza de su dicción y su gesto, en su capacidad para transmitir sin necesidad de sobreactuar , ese odio interior y ese miedo que surgen de sus dudas y que sólo sabe acallar generando miedo mayor en los otros. Que trabajo tan difícil y tan único.
Para la creación de Clara Sanchis dudo que encuentre palabras. Desde su primera mirada, al ver entrar a su visitante, se transmuta de forma absoluta, en un personaje que navega entre la mística y la cocina, entre lo banal y lo increible, entre el dolor y el gozo. Un personaje siempre al filo para no parecer una histérica ni una estatua. Para transmitir, también sus dudas , extrañamente marcadas de tesón. Un personaje de entonces y de ahora. No hay un solo gesto, un sólo movimiento en sus manos, una sola mirada, que no nos atrapen . La cercanía de su rostro, en una sala tan pequeña, convierten su interpretación en una experiencia casi religiosa. Y así nos desconcierta, nos hace reir y pensar , nos abraza y nos aleja. Nos lleva al temblor por comprenderla y por atisbar su destino.
Mayorga, una vez más , ha acertado.
Lo ha hecho sin muchos recursos pero con toneladas de talento.
Esta parece ser una de las vías que , en esta crisis tan larga y tan agotadora, está adoptando el teatro en Madrid.
Los resultados, a tenor de los aplausos en la función totalmente llena de ayer, están llegando al público.
Gracias pues.

Público   

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