NOVELA: DEMONIOS FAMILIARES de Ana María Matute

Destino
180 páginas
También disponible en ebook.

Ya expresé en su día mi tristeza por la desaparición de la que considero una de las escritoras/ es más importantes en lengua castellana.
Se fue dejándonos un regalo. Inacabado. Pero precioso.
Una novela sin terminar que recalca con ello su ausencia.
Pero también una novela que se encuentra entre lo mejor de su prosa y que es un claro exponente de su mundo propio, tan particular, y que ella era capaz de construir con palabras.
Como si formase un díptico con su obra anterior, Paraiso Inhabitado, nos encontramos de nuevo en la Guerra Civil, una vez más a través de un personaje que no consigue interpretar la contienda, no por ser una niña, como en el otro caso, sino por la lejanía que le ha sido impuesta.
La verdadera guerra para esta muchacha, es ,una vez más, una familia construida a base de secretos y silencios, de miedo, y de la necesidad de respirar libertad frente a una disciplina ficticia.
Eva es un personaje totalmente "matutiano" pero también lo son todos los que pueblan estas páginas que se hacen tan breves, el Coronel, Yago, Magdalena, Berni... personajes que parecen modelados con la arcilla de los cuentos infantiles pero lanzados a un mundo peligroso y a menudo cruel.
También como un cuento es capaz de pintar su autora el paisaje, bosque y desván, casona y casino, siempre con el pincel de la poesía, en un lenguaje sin nada superfluo pero que creo llega a un nivel de belleza superior al habitual incluso en ella.
Asimismo, consigue, como siempre consigue , que junto al nivel presente , tengamos la sensación de que existe otro, de que la realidad está compuesta por un conjunto de velos, debajo de los cuales se esconden muchas cosas , otros universos a los que tal vez nunca alcanzaremos , pero que le otorgan una dimensión diferente y mucho más amplia a aquellos que se nos está narrando.
Y , por último, no sé si es una apreciación personal, pero tengo la sensación de que esta vez existe más ternura , mayor compasión hacia los habitantes del relato, una especie de suavidad que hace que la narración los arrope como un abrazo.
Nos quedamos a mitad de la epopeya. La muerte, tantas veces inoportuna, nos ha dejado sin lo que, estoy seguro, sería una gran novela. A cambio tenemos, por lo menos, un hermoso testamento. Y la memoria de una mujer que supo inventar y lo compartió, generosamente, con nosotros, hasta el último momento.

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