CINE: 45 AÑOS de Andrew Haigh

Reino Unido 2015
Charlotte Rampling. Tom Courtenay

Es difícil definir o entender lo que es un fantasma.
Más alla de su esencia inmaterial y de su capacidad para hacerse presente en cualquier lugar y momento.
A pesar de que existen cuentos sobre fantasmas bondadosos, todos sabemos que por regla general su naturaleza es esencialmente dañina.
Son muertos no muertos.
Son sombras de aquellos que han abandonado este mundo de una forma incompleta, que no han podido disfrutar del regalo de la vida en su plenitud o que han dejado cuentas pendientes.
A veces habitan en nosotros.
Probablemente no seamos conscientes; es más, probablemente sólo los demás vean y sufran nuestros fantasmas.
Y algo tan necesitado de plenitud y con tantas curvas como el amor, como cualquier relación entre dos seres humanos, entre dos almas, no puede dejar de estar plagado de fantasmas.
Por mucho que transcurran más de cuatro décadas compartidas.
Por mucho que nuestra posición de pareja intelectual progresista nos lleve a pensar en muchas ocasiones que somos inmunes a sentimientos tan burgueses y convencionales como los celos o el miedo a la pérdida.
De eso y de muchas más cosas habla 45 años.
De Tom Courtenay, hombre en un periodo de ancianidad que comienza a asomarse a la niñez en su mezcla de ingenuidad y egoísmo.
Pero sobre todo, del rostro de Charlotte Rampling, de su maravillosa mirada y de su dolor y su desconcierto. De atisbar una distancia, esa fisura en la roca que parece convertirse en una fisura entre ellos y que no puede predecir hasta donde va a llegar a ensancharse. Es en su interpretación íntima y contenida donde se dibujan todos los matices, los recovecos, los escondites de lo que supone que dos seres humanos puedan impartir todo durante un tiempo infinito pero siendo conscientes de que jamas van a poder llegar a fundirse y a ser menos que dos.
Y es que 45 años no puede estar más alejada de la poesía amorosa tópica.
45 años aspira a ser la verdad.
El director y guionista, opta para ello por una mirada llena de sutileza, donde las esquinas se dibujan sin que apenas nos demos cuenta. Está Chejov y Virginia Woolf, fáciles referencias, pero también se asoma Bergman e incluso Hitchcock.
No dejamos de sentirnos intrusos durante esos noventa minutos y, lo peor, no dejamos de sentirnos cercanos.
Los fantasmas existen.
Y una película tan dura y conseguida como esta vienen a decirnos que eso es algo que nunca deberíamos de olvidar.

Público

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