NOVELA: GILEAD de Marylinne Robinson

Galaxia Gutenberg
274 páginas
También disponible en ebook.

Creo que, a pesar de que esta novela fue acreedora hace unos años del Premio Pulitzer de ficción, nada menos que Barak Obama tiene mucho que ver con su repentino salto a un mayor número de lectores.
Y es que hace no mucho, el Presidente de los EEUU hizo pública su admiración por la obra de Marylinne Robinson y, en concreto, por el protagonista de la pieza que ahora nos ocupa.
La verdad es que no me extraña, ya que Gilead hunde sus raíces en la historia de América, de aquellos pioneros que fueron los verdaderos artífices de lo que ha terminado siendo una nación grandiosa.
Están los valores que han cimentado esa sociedad plural y orgullosa. Poco a poco, desde los asentamientos de unos colonos que parecen llegar a cualquier sitio, van naciendo esas comunidades que conformaron un mapa.
De fondo, la necesidad de la fe, en diferentes formas y maneras, pero siempre como un referente moral y, sobre todo, como un aglutinador ajeno al individualismo. Tal vez demostrando que la base de esa sociedad ha sido siempre su capacidad para caminar juntos, su necesidad de formar comunidades y de defenderlas, aun hoy día, frente a cualquier peligro exterior.
Pues bien, sí, yo soy de los que se han sentido tentados a profundizar en la prosa de su autora. Y concluyo la lectura con sentimientos encontrados.
Gilead es , más que una carta, una especie de diario sin tiempo, donde el reverendo protagonista, anciano y esperando sus últimos días, escribe a su hijo de siete años todo aquello que no va a tener tiempo para trasladarle personalmente.
Son recuerdos de sus antepasados, pequeñas historias, recolecciones del presente, sentimientos y pensamientos. No hay una literalidad; se compone un mosaico con saltos en el tiempo, con dudas, en algunos casos enlazando épocas, sin principio ni fin. Todo ello, puede llegar a producir, y de hecho produce en muchos momentos, cierta confusión y algo de cansancio. No pude evitar sentirme perdido en ocasiones. También hay páginas en las que me resulta difícil engancharme a un conjunto de reflexiones que van desde la interpretación de las escrituras a su identificación con el devenir cotidiano de este pequeño puedo. En otros casos me faltan referentes más concretos.
Pero hay dos valores que hacen de Gilead una obra diferente y singular:
En primer lugar, la prosa, de una textura capaz de mezclar la precisión con la intimidad, creíble totalmente en lo que se refiere a retrato de la personalidad de su protagonista, y la belleza de la serenidad. Hay mucho cuidado en el uso de las palabras, y no por ello se pierde la espontaneidad que se puede exigir a este tipo de obra.
En segundo lugar, fundamental, la ternura que desprende, la calidez de las palabras y los mensajes, la materialización del cariño del padre, pero también del marido y del amigo. Por decirlo de algún modo, Robinson consigue dotar sus páginas de corazón. Y eso traslada un color precioso a toda la narración. El tono elegiaco es real, dotando todo el conjunto de una ligera tristeza muy difícil de alcanzar si no hay detrás una mano maestra y una identificación absoluta entre autor y personaje.
Lo dicho: posiblemente no he conseguido entrar de forma suficiente para valorar esta obra como lo han hecho otros.
No la rechazo.
Simplemente no me siento tan cercano, pero le debo muchos momentos donde se materializa el amor.
Tal vez también tenga mucho que ver la distancia cultural. No lo sé.
En cualquier caso, no me atrevería a considerarla una obra fallida, y entiendo que allí donde se ha escrito, donde existe el paisaje que dibuja, esté considerada como un importante referente.
Calidad y trabajo no le faltan.

Público

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