CINE: VERANO EN BROOKLYN de Ira Sachs

USA 2016
Greg Kinnear. Jennifer Elf. Theo Tapliz. Michel Barbieri. Paulina García. Alfred Molina

El año pasado me fascino la cotidianidad de una película absolutamente perfecta, El amor es extraño.
No conocía a su director y, desde los primeros minutos, me consiguió atrapar en la sencillez con la que nos contaba una historia que podría estar ocurriendo en ese momento en nuestra propia calle.
Era asistir a la verdad ( nada que ver con los reality, no confundir).
Los sentimientos eran tan puros y comprensibles, tan transparentes, que sólo cabía que fuesen ciertos.
Ahora, en Verano en Brooklyn ( inadecuado e insulso  título para un original mucho más sugerente, Little Men ), vuelve a moverse en territorio conocido.
Los títulos de crédito coloristas y la melodía recurrente, parece anunciarnos que vamos a ver una película sino infantil, sí protagonizada por niños. Pero también, unido a la frontalidad y el tono algo naif con que se fotografían los escenarios, podría remitir a la pintura de Hockney, un subtexto que creo recorre toda la película, produciendo cierta ambiguedad.
Porque lo cierto es que Verano en Brooklyn no es en ningún caso una película infantil aunque efectivamente sean dos niños los protagonistas. Son los adultos los  que verdaderamente mueven esta narración tan dura dentro de su ligereza, y no nos vendría mal aprender de ella como una lección maestra.
La amistad entre Jake y Tony es una de esas relaciones que podrían remitir a un Enid Blyton urbano. Meticulosa, llena de un encanto ingenuo, trasunto de la felicidad más creíble. Podríamos incluso definirla como luminosa.
El conflicto entre sus progenitores ( no digo "que estalla", porque en esta delicada película no hay estallidos ), tiene sin embargo la acidez de una vida adulta enfrentada a la realidad en un mundo no siempre justo y con el transfondo de algo tan "adulto" como los problemas económicos o, porqué no, la avaricia.
El contraste y la permeabilidad entre los dos niveles se desarrolla con la naturalidad de la vida. No siempre positiva, no siempre negativa; probablemente siempre mezcla de ambas cosas,
Sencillez es la palabra que más se utiliza al hablar de esta obra. Sencillez que para mi es una virtud.
Y hay pocas cosas tan sencillas como mirar.
Ira Sachs nos regala su mirada para que nosotros podamos ver. Si recepcionamos ese regalo y lo hacemos con tranquilidad, curiosidad, sin buscar segundas lecturas sino sabiendo que todo se muestra de forma transparente ante nuestros ojos, que todo está ahí, encontraremos mil matices en esta película que alguien puede confundir con pequeña pero que para mi es totalmente grande.
La mirada de Sachs, esa que nos ofrece, es inteligente, es, creo que ya lo he dicho, limpia, y sobre todo es sensible, capaz de detenerse en los detalles, de destilar la emoción.
Gracias a él, un creador que no necesita que se le reconozca, que no intenta dejar su firma, podemos disfrutar de una joya, engarzada , lo repito, en la verdad.
Para concluir, ese final abierto ¿feliz?, no, no podría serlo, pero tampoco dramático. Como la vida, una vez más.

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