CINE: ZAMA de Lucrecia Martel
















Argentina 2017
Daniel Giménez Cacho. Lola Dueñas. Matheus Nachtergaele. Juan Minujin. Rafael Spregelburd

La conquista, las conquistas en general, no siempre tuvieron la grandeza que parece derivarse de la palabra, es más, posiblemente pocas veces la tuvieron.
Nos lo contaron directores como Herzog y escritores como William Ospina en su trilogía alrededor del personaje de Ursua. Y si nos vamos más lejos en tiempo y espacio, también podía incluirse aquí Apocalipsis Now, que elimina todo heroísmo de la aventura selvática.
Diego de Zama es otro de esos personajes perdidos en un lugar indefinible, un lugar que no consigue apresar.
Perdido en un poblado en Paraguay, sueña con regresar a su lugar de origen, con su mujer y sus hijos, pero es difícil encontrar la razón cuando se habita un entorno febril que roza el absurdo. Ya está fuera, ya no forma parte de esa sociedad que juega a serlo, ya no puede responder ni estar a su altura y  parece haberse convertido para ellos en una especie de personaje entre incómodo y ridículo a quien no tomar en serio.
En esta primera parte, desde el primer plano, entramos en la mente de Zama. Es su visión, desde la figura petrea y desolada de Daniel Giménez Cacho la que nos atrapa, y las acciones son retazos de su percepción. Compartimos su fiebre, su desconcierto y su desesperación.
Y compartimos su decisión de marcharse. Porque ese pueblo, esas vidas de los colonizadores, poco tienen que ver con lo que soñaban quienes creían llegar al paraíso.
La parte final se abre a la aventura.
Un viaje a lo desconocido buscando lo que puede ser un fantasma. Seguimos en la mirada del Corregidor, y desde su distancia y su desencanto, también la aventura, a pesar de su riqueza cromática, está lejos de lo que nos habían contado. Sólo puede terminar en el infierno. Estos hombres no pertenecen a ese lugar y ese lugar siempre va a devorarlos.
Plasticamente, Martel contrasta la intimidad, la sutilidad y falta de concreción en lo narrativo, con una puesta en escena que destaca por su contundencia, unos encuadres creados como pinturas, en una fotografía muy definida que capta toda la belleza del entorno cuando no está habitada por los rostros de sus personajes. En este sentido es una pieza grande, de una belleza abrumadora. Pero no se olvida de la necesidad de configurar la lejanía, el extrañamiento, y lo hace con una caligrafía tan inteligente como sugerente a la hora de jugar con la importancia del fuera de campo y con sutiles mecanismos que deforman el paso del tiempo, consiguiendo con ello que aquellos lugares que en principio podrían resultar reconocibles se conviertan en espacios que parecen perdidos en ningún sitio, en tierra ignota.
En definitiva Zama es un viaje, singular y extraño, al lugar donde comienzan las leyendas, cuando los héroes todavía son humanos. Casi más que una película, una experiencia. Y como toda experiencia, depende de quien la percibe el hecho de poder llegar a disfrutarla. En mi caso lo he hecho. Y también, como cualquier obra que va directamente a nuestras sensaciones, sigue creciendo en mi interior a medida que la recuerdo.

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