EXPOSICIÓN: CAMPO A TRAVÉS - Arte Colombiano en la Colección del Banco de la República

Sala Alcalá 31
Madrid
Del 20 de febrero al 21 de abril.
Comisaria.-
Estrella de Diego

Acabo de regresar de un largo viaje por Colombia, el segundo en poco tiempo. Largo no tanto en tiempo como en la oportunidad de visitar diferentes ciudades. Estar acompañado de una guía nacional, con nombre de hija de la Reina de la Noche, siempre facilita las cosas a la hora de adentrarse en un país imposible de apresar. Y es que quizás sea esa la primera sensación, la que me llevé desde mi primera visita: desde la ignorancia de creer que conocíamos algo de esa tierra gracias a las páginas de García Márquez, me veo en la humildad de reconocer que lo que consigue fascinarme en su textura no es la magia sino la realidad. Y siendo la realidad algo continuamente mutable y que se remonta a un pasado ancestral y se prolonga hacia un futuro ingobernable, sólo la asunción de mis limitaciones frenarán la ansiedad de querer abarcar un país del que me he enamorado.
El arte es sin duda un camino, un viaje sin demasiadas reglas y con la colaboración de mediums más sensibles. Por ello, asomarse a Campo a Través no es sino otro intento de acercarme un poco más a su esencia.
La pluralidad de piezas, de épocas y conceptos, no facilita la narración racional a la que estamos acostumbrados.
Convive un pasado de tradiciones tan crueles como los retratos de las monjas muertas o los dibujos coloristas de un trópico idílico donde sabemos que existía esclavitud y abuso, conviven, digo, con el tesoro personal de una naturaleza única y capaz de defenderse. Mientras, instantáneas de lo que intentaba ser una capital cosmopolita 
 y superficial, nos muestran el infantilismo del extranjero, del turista eterno que no es capaz de comprender que el tesoro seguía todavía escondido.
Creo que ese tesoro permanece en el interior de sus habitantes, los de verdad, aquellos que cada día aparecen retratados, también aquí, subiendo al autobús o vendiendo su cuerpo en la oscuridad.
A veces asoma, en la sonrisa de los niños, en obras como las que componen esta exposición, en la fuerza del joven que, remando, nos acompaña en nuestro viaje por el río.
Ellos componen la selva, no con árboles, ni con colores o sonidos, sino con la profusión de sentimientos a los que nadie que haya vivido en aquellas tierras puede sustraerse, violencia, sensualidad, furia, vida..... se podría decir que es algo común a los lugares donde convive el ser humano, pero en Colombia tengo la sensación de una exuberancia tan hipnótica como atractiva y única. Un país donde la belleza, nunca fácil ni tópica, explota.
Por supuesto, también está el futuro. Un país que camina busca nuevas formas de expresión, nuevas formas de contarse. Máxime un país que ha sido despojado, habitado por el dolor como otros los habita la moda, la gastronomía o el turismo. El dolor y la muerte fueron durante años su etiqueta y, buscando la paz, quienes allí crean, necesitan, entiendo, interpretarse. No siempre es fácil compartir sus códigos pero, en los más crípticos, presiento esa generosidad de contar.
Quizá sea eso.
Quizás contar historias, contarse, sea parte de la naturaleza del alma colombiana y Burgos Cantor, García Márquez o William Ospina sean cumplidos artesanos.
Esta exposición es una experiencia, al menos para mi.
Me regala nuevas visiones, me recuerda que siempre habrá un largo recorrido, me confirma en mi fascinación.
A fin de cuentas, uno debe de enamorarse siempre del misterio.

Público


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